En el Caribe, la isla de La Española es compartida por República Dominicana y Haití. Durante más de 100 años, los haitianos han cruzado la frontera en busca de trabajo o mejores condiciones de vida. Hasta la década de 1980, la mayor parte de la población migrante haitiana se dirigía a los “bateys”, aldeas anexas a las plantaciones de caña de azúcar, donde los hombres son empleados como cortadores de caña, ganando salarios miserables y viviendo en condiciones extremas en cabañas dentro de los bateys.
Los bateyes son comunidades construidas dentro de las plantaciones de caña de azúcar, y aunque están en entorno rural, se parece más a un barrio de chabolas o gueto. Estos asentamientos albergan alrededor de 1 millón de personas con poco o ningún acceso a agua, electricidad, educación, sanidad o asesoramiento legal, sobre todo en lo que respecta a sus derechos laborales. Además existe muchísimo racismo de la población de República Dominicana hacia las personas de Haití o de descendencia haitiana.
Ese racismo explica que se permita la explotación laboral y un sistema de casi exclavitud hacia la población haitiana.
A pesar de la caída de la industria azucarera, esta migración aumentó, debido al crecimiento de la economía dominicana y a la prolongada crisis política y económica en Haití. Un gran contraste entre estas poblaciones y la vegetación del país y las brillantes playas caribeñas asociadas al turismo.
REPORTAJE EN BREVE